Tuve la fortuna de conocer Tirol, traccionado por mi hijo Walter cuando accedió a una beca para realizar el doctorado de física en la universidad de Austria.
Desde Innsbruck parten cuatro circuitos ferroviarios que recorrimos a su tiempo, cada cual con ascensos a las montañas circundantes cuyos recorridos justifican sólo por ellos un viaje a Europa, colgados de las laderas sabiamente parquizadas con rieles soldados que eliminan el traqueteo en el que los pasajeros sienten deslizar el tren.
Tenemos este tren, que debemos resguardar y embellecer como un capital supremo
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