Hace unos años cuando me desempeñaba como abogado del Ministerio de Trabajo de la Nación en la ciudad de La Falda, recibí un legítimo reclamo de una empleada de un restaurate de la ciudad.
El propietario a quien conocía personalmente por cuanto nos encontrábamos reiteradamente en el club La Falda, era un violador serial de la legislación laboral, consecuencia de lo cual, se produjo el distracto del contrato laboral y se le entabló juicio, tal como corresponde.
Ello me trajo como consecuencia perder el saludo y la consideración del demandado así como el resto de su familia, alguno de los cuales integraba el circulo de mis amigos de la juventud.
No de sus hermanos, viejos habitantes, con quienes hasta su muerte mantuve un trato cordial y agradable.
Cuando me radique nuevamente en mi pueblo, esto influyó en la decisión de abondonar el ejercicio de la profesión, en el convencimiento de que si bien el abogado genera amigos, como recientmente hiciera público una persona con quien me encontré en el consultorio de la dentista, que me agradeciera exaltadamente el juicio que le había ganado, a la par se dejan enemigos irreconciliables.
Hoy el hijo del ofendido ocupa una posición en el ámbito administrativo de la ciudad. Ésta historia continuará.
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